A pesar de un Estado ausente, las víctimas del conflicto en el norte del Cauca siguen construyendo su protección.
Betty Pedraza López, Pensamiento y Acción Social - PAS.
En la Colombia de hoy, donde todas las comunidades rurales, en especial las indígenas, viven atrapadas por todas las expresiones del conflicto armado interno, sorprende que aún encuentren la fuerza y sabiduría para emprender acciones que frenan y previenen el reclutamiento forzado de sus niños, niñas y jóvenes. ¡Simplemente admirable!
Entre abril y mayo pasados las autoridades del Resguardo Indígena Nasa de San Francisco, municipio de Toribío, Cauca, aceptaron el desafío de dar vida a la estrategia “La escuela abraza la verdad” propuesta al país por la Comisión de la Verdad (CEV). Acompañados por miembros de la Fundación Cultura Libre Colibrí, apoyados por Pensamiento y Acción Social-PAS- y financiados por la Asociación Solidaritätskreis Kolumbie[1], un grupo de 200 docentes de primaria y bachillerato convirtieron los informes de la Comisión de la Verdad y sus herramientas pedagógicas, en una oportunidad para hablar, sentir y reflexionar sobre las causas del desmesurado aumento del reclutamiento forzado de los niños, niñas y jóvenes indígenas de la región.
Diagnosticaron colectivamente las violencias que los afectan, reflexionaron en torno a la verdad y la convivencia escolar; vieron, narraron y compartieron la afectación del conflicto armado sobre sus pueblos, sus mujeres y sus disidencias de sexo y de género. Vieron el rostro de la orfandad, del desplazamiento y el reclutamiento forzado y sus impactos sobre los procesos educativos que adelantan en las escuelas y colegios de la región.
No se ocuparon de la verdad como un elemento lejano y ajeno, escudriñaron en si mismos el trozo de verdad que les corresponde. Descubrieron que sus niños, niñas y jóvenes terminan convirtiéndose en dóciles presas del reclutamiento forzado, porque “… se han construido como un sujeto político socializado desde su infancia con todo tipo de violencias”. Pan de cada día ha sido para ellos y ellas la violencia intrafamiliar, sexual, el narcotráfico - cultivos de uso ilícito, psicológica, conflicto armado, abandono familiar, violencia física, económica, de género, discriminación, desplazamiento forzado, drogadicción y abandono estatal, entre otras once más.
Develaron que detrás de su fragilidad se esconden problemas familiares asociados con la desintegración, la falta de apoyo y orientación, las paternidades tempranas, la falta de autoridad y los vínculos de familiares con los grupos armados. Factores económicos y exclusiones que terminan por convertir las falsas promesas de un sueldo, en un estímulo válido para tomar una decisión manipulada o inconsciente. Pérdida de su cultura, que se expresa en la atracción por uniformes y armas y por la motivación de tener cosas como celulares, vehículos o poder, imágenes creadas por la influencia de la TV y las películas. Sin faltar por supuesto, en uno que otro joven, el deseo de vengar un daño proferido contra si mismos o sus familias.
Descarnadamente mostraron cómo, en el marco del conflicto armado, los niños, niñas y jóvenes, “…enfrentaron riesgos y vulneraciones particulares relacionadas con dinámicas de control sobre sus cuerpos y el ejercicio de sus roles de género, con un profundo impacto en el bienestar y el proyecto de vida de las víctimas y de comunidades enteras, que han sido sometidas”[2]. Una mirada de frente a esta violencia, les dejó ver que los abusadores han estado presentes tanto entre los integrantes de fuerzas armadas legales e ilegales, como entre civiles de dentro y de fuera del resguardo.
Entre tanto, maestros y maestras compartieron su frustración, tristeza, dolor, angustia e impotencia, mientras mencionaron las frecuentes amenazas contra sus vidas, las limitaciones para realizar salidas pedagógicas, el temor a tratar estos temas frente a menores ya vinculados a alguno de los grupos armados, el desplazamiento forzado de las familias, la deserción escolar y la pérdida de sensibilidad frente a la guerra y sus efectos. Reconocieron que para estas comunidades las afectaciones al territorio, a través de la economía del narcotráfico y las acciones de guerra, son ataques directos contra el pueblo Nasa, pues “…afecta sus territorios sagrados y crea desarmonías territoriales (ecológicas y espirituales) que implican el rompimiento de las energías personales, familiares y comunitarias y de su relación con el territorio”.
Develaron también una violencia casi invisible que “sustenta y alimenta otras violencias: (…) la discriminación de la sociedad mayoritaria, del gobierno y del establecimiento hacia los pueblos étnicos (…). Esa idea racista, excluyente y discriminatoria que ha justificado el abandono del Estado, la falta de políticas agrarias, de desarrollo económico y comunitario para los territorios alejados de los centros del país”.
Tal dureza de su realidad, sin embargo, no les impidió hacer de las acciones de paz, el centro de sus miradas y, aplicando el concepto de “Jigra de la Paz” o “Yaja de la Paz”[3], construyeron 16 kits pedagógicos para continuar abordando estos temas con sus estudiantes de primaria y bachillerato y planearon actividades curriculares para contrarrestar las causas de las violencias, aportar a la disuasión de los niños, niñas y jóvenes para que no sean más carne de cañón y para estimular el fortalecimiento del tejido comunitario y la paz en el territorio.
Este meritorio esfuerzo, que sin duda salvará más de una vida, no se debe a las estrategias de protección de la Unidad Nacional de Protección, a la iniciativa estatal o gubernamental, ni a la de la empresa privada. Es una muestra más de que son las propias comunidades, que viven cotidianamente los riesgos contra sus vidas, la de sus líderes, organizaciones y pueblos étnicos, las llamadas a definir las acciones para prevenir los efectos del conflicto armado interno y protegerlos de ellos. A la vez, otra prueba de que el Estado está en mora de repensar su oferta de protección, viendo estas y otras tantas iniciativas que los pueblos étnicos jalonan sin pausa para continuar la lucha por su preservación como pueblos milenarios; una lucha que libran sin el Estado y casi solos, a pesar de que debiera ser una lucha de todos los colombianos.
[1] A través del “Fondo de apoyo a pequeñas iniciativas de protección individual y colectiva para las comunidades afrodescendientes e indígenas de la costa pacífica del Cauca. [2] Caycedo, Jorge. Fundación Cultural Libre Colibrí. Informe Narrativo Talleres Conflicto Armado Y Afectaciones en NNJ. Mimeografiado. Pensamiento y Acción Social -PAS. Toribio, Cauca, mayo del 2023. [3] Mochila tradicional Nasa tejida sin aguja (tejido de uña) que se va ampliando en la medida en que se le echan más y más cosas
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